México arde de vez en cuando, y siempre parece el mismo incendio. Esta vez fue una pipa de gas que explotó en Iztapalapa, bajo el Puente de La Concordia, dejando muertos, heridos graves y un barrio marcado por las llamas. La escena, entre sirenas y columnas negras de humo, es la postal repetida de un país donde la tragedia se convierte en rutina, donde el descuido pesa más que la vida.
Esa llamarada reciente inevitablemente despierta la memoria de Hermosillo. El 5 de junio de 2009, la Guardería ABC ardió con 142 niños dentro. Murieron 49. Decenas sobrevivieron con quemaduras, traumas y vidas fragmentadas. Aquella tragedia nació de omisiones, de fallas en las instalaciones, de puertas que nunca debieron estar cerradas. El resto es historia conocida: marchas, promesas y familias que, año con año, siguen nombrando a sus hijos para que no caigan en el olvido.
A dieciséis años de distancia, la herida sigue abierta. En agosto fue detenida en Arizona Sandra Lucía Téllez Nieves, una de las dueñas de la guardería, después de años de evadir la justicia. Tenía sentencia de casi 29 años de prisión, pero con el tiempo la pena se redujo a poco más de cinco. De los 22 señalados por la Suprema Corte, apenas una persona sigue en la cárcel. Ese es el saldo real de un caso que marcó a todo un país.
Lo ocurrido en Iztapalapa, con la pipa de gas circulando a exceso de velocidad y con dudas sobre los seguros y protocolos de seguridad, sigue un guion parecido. Otra vez la pregunta que arde: ¿cuántos avisos tuvieron que ignorarse para que lo inevitable ocurriera? ¿Cuánto vale la vida frente a la prisa de un chofer o las prisas de un negocio?
Las tragedias en México no son accidentes aislados, sino heridas que se acumulan en la memoria colectiva. ABC e Iztapalapa forman parte de esa misma historia dolorosa donde lo que falta no es la reacción, sino la prevención. Y aunque siempre llegan los discursos de solidaridad, lo que las familias reclaman es simple: que no vuelva a suceder.
Por eso hoy la consigna debe repetirse con firmeza. El “nunca más” de los padres del ABC no puede ser eco vacío. Nunca más pipas sin control, nunca más guarderías sin condiciones, nunca más víctimas que se vuelvan cifras. Que la memoria de aquellos niños y el sufrimiento de los heridos en Iztapalapa obliguen a un compromiso real, más allá de promesas y fechas conmemorativas.
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