Por Alan Castro Parra
No cabe duda que la todavía reciente y muy anticipada decisión de quién será el candidato de Morena para la sucesión estatal ha dado pie a una serie de análisis e interpretaciones de todo tipo, generando diferentes versiones del por qué Javier Lamarque Cano es el elegido.
Estoy convencido que el promover su nombre y una supuesta decisión tan anticipadamente es parte de una estrategia que no alcanzamos a dimensionar en este momento, pero que sin duda tiene sus repercusiones en el futuro del movimiento y de la transformación de Sonora.
Una versión que vengo maquinando en mi cabeza desde hace días y que me hace mucho sentido, es utilizar a Javier Lamarque como una especie de pararrayos, que en medio de cualquier tormenta que pueda generar la decisión de la sucesión garantice de cierta forma neutralidad política.
Es decir, que el alcalde de Cajeme al ser uno de los fundadores del movimiento, un referente del partido e incluso al haberse sacrificado en algún momento por el proyecto, genera cierto respeto y unanimidad entre los diferentes grupos y aspirantes a la gubernatura del estado.
Si la decisión de la candidatura hubiera recaído en cualquier otro perfil de los que suenan en este momento para la gubernatura, hubiera generado una tormenta al interior del movimiento y mucha turbulencia en el camino a la sucesión, en cambio en este momento se vislumbra un cielo despejado.
Eso por un lado, pero por otro Javier Lamarque también puede ser un pararrayos de las tormentas provenientes de la oposición, pues como no se ha dejado esperar los ataques han empezado a surgir y quien los ha ido absorbiendo no ha sido ni el gobierno, ni el movimiento.
Esto no se si favorezca realmente al cajemense, pero sin duda si beneficia al proyecto, pues cualquier desgaste que pueda significar una sobre exposición mediática, no necesariamente impactará a la cuarta transformación sino al propio aspirantes a la candidatura para ser gobernador.
El comparar a Lamarque Cano con un pararrayos no es una alusión personal, ni mucho menos busca socavar las credenciales y capacidades del alcalde, sino que es una alegoría que busca explicar una estrategia que evidentemente solo una o dos personas en este momento entienden.
Según expertos en tormentas la función principal de un pararrayos es proteger edificaciones y personas atrayendo y conduciendo de forma segura las descargas eléctricas de un rayo hacia la tierra, evitando que impactan en zonas no deseadas y causen daños materiales o peligros.
Pues bueno, tal vez la función de Javier Lamarque Cano sea precisamente esa, proteger al movimiento y atraer esos rayos para que no descarguen contra el movimiento o el que vaya a ser el candidato, evitando con eso un daño que pueda fisurar la muy probable victoria electoral.
Dicen que después de la tormenta llega la calma, pero sin duda con esta decisión anticipada a varios les llueve sobre mojado, pero no se confunda, hay varios que se cubren con el mismo paraguas, y hay otros que están empapados, pero por andar brincando de charco en charco.
La justicia bailará al son de la Corte del Acordeón

Estamos en un momento decisivo para la política mexicana. La renovación de las mesas directivas en la Cámara de Diputados y la Cámara de Senadores, pero sobre todo la nueva conformación del Poder Judicial y la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Y más allá de los nombres que llegan a cada posición, lo que realmente está en juego es el equilibrio de poderes. Y lo cierto es que la concentración del poder en torno a Claudia Sheinbaum abre un escenario de riesgo: la desaparición de los contrapesos.
El Legislativo, que debería ser contrapeso natural, termina reducido a oficialía de partes. Hoy la presidenta controla las dos cámaras y eso se refleja con claridad: en el Senado, Laura Itzel Castillo responde directamente a la línea presidencial, y en la Cámara de Diputados, aunque la mesa directiva quedó en manos de una panista, no hay contrapeso posible.
Sí, habrá diálogo, pero estéril, porque de poco sirve quién presida si Morena tiene la mayoría aplastante y el vicepresidente sigue siendo Sergio Gutiérrez Luna, operador de confianza de la 4T. En resumen, el Congreso se convierte en una masa de carne y hueso de “levanta dedos”.
Con el Poder Judicial pasa algo similar. Aplaudo la renovación, pero no puedo aplaudir que la gran mayoría de los nuevos jueces y magistrados estén alineados con la 4T. Lo que se perfila no es justicia independiente, sino justicia al son de la corte del acordeón. Sí, como en su tiempo lo hicieron el PRI y el PAN: usaron la ley como instrumento político.
La elección judicial legitima la llegada de un nuevo poder judicial en México, sí, pero no les otorga derecho a borrar los contrapesos. Porque sin independencia judicial no hay certeza jurídica y sin certeza jurídica, lo demás es pura simulación.
Con los poderes alineados, Claudia Sheinbaum tendrá una capacidad de decisión sin precedentes en tiempos recientes. Y aquí no se trata de fortaleza, sino de vulnerabilidad. Lo que se perfila es un hiperpresidencialismo disfrazado de democracia. Y como dice el clásico: el poder corrompe, pero el poder absoluto corrompe absolutamente.
Hoy México enfrenta una disyuntiva: dejar que los equilibrios se diluyan o exigir que las instituciones recuperen su independencia. Porque la fuerza de la democracia no se mide en cuánta autoridad concentra un presidente, sino en cuántos límites está dispuesto a aceptar. Y hoy, esos límites se están borrando.
La ironía es brutal: en septiembre de 1810 nacía la independencia de México, y en septiembre de 2025 parece que está muriendo la independencia de los poderes. Y mientras gritamos “¡Viva México!” por su independencia, nuestros poderes gritan en silencio por su dependencia.
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