La relación entre México y EE.UU. en materia de seguridad ha estado marcada por la incertidumbre, lo que ha afectado la cooperación bilateral y generado tensiones en la lucha contra el narcotráfico. Recientemente, Donald Trump reconoció los esfuerzos de Claudia Sheinbaum en el combate al fentanilo, aunque al mismo tiempo Washington mantiene la presión sobre México para que intensifique sus acciones.
A pesar de los elogios, persisten diferencias fundamentales en las estrategias de ambos países, que buscan equilibrar sus intereses en un contexto cada vez más complejo y volátil.
EE.UU. designó seis cárteles mexicanos como organizaciones terroristas, lo que abre la posibilidad de intervenciones militares, sanciones económicas más severas y un mayor control sobre las finanzas de estos grupos. Sheinbaum rechazó esta medida categóricamente, argumentando que afecta la soberanía nacional y podría justificar injerencias extranjeras en territorio mexicano.
En respuesta, ha impulsado reformas para restringir la acción de agencias de seguridad extranjeras en México y fortalecer los controles sobre el tráfico de armas provenientes de EE.UU. Sostiene que la entrada de armas ilegales es un factor clave que alimenta la violencia y fortalece a los grupos criminales, por lo que su administración busca endurecer las regulaciones al respecto y promover la cooperación en la fiscalización de este comercio ilícito.
Mientras Trump elogió la labor de Sheinbaum en seguridad, su administración adoptó una postura más agresiva con el aumento de la vigilancia fronteriza, la militarización de ciertas zonas y una mayor presencia de la DEA en México.
Estas acciones han generado tensiones diplomáticas, con México exigiendo mayor respeto a su soberanía y EE.UU. insistiendo en la necesidad de una cooperación más estrecha y efectiva. Como parte de su estrategia, Sheinbaum ha intensificado las demandas contra la industria armamentista estadounidense, responsabilizándola por su papel en la violencia que azota al país. Paralelamente, ha reforzado los operativos antidrogas, logrando capturas clave de figuras del crimen organizado, lo que ha sido bien recibido por Washington.
Sin embargo, la tensión sigue en aumento, con un cruce constante de acusaciones sobre la efectividad de las estrategias implementadas y la responsabilidad de cada país en la crisis de seguridad.
El reto para ambos gobiernos será encontrar un equilibrio entre la colaboración y el respeto a la soberanía nacional, sin afectar los intereses mutuos en seguridad, comercio y política exterior. Aunque Trump ha mostrado cierto respaldo a Sheinbaum, la presión de EE.UU. sobre México no disminuirá en el corto plazo, y es probable que las diferencias en sus enfoques de seguridad se profundicen con el tiempo, especialmente si la designación de los carteles de droga como terroristas escala a intervenciones militares. La relación bilateral dependerá de la capacidad de ambas administraciones para gestionar sus desacuerdos y coordinar esfuerzos en la lucha contra el narcotráfico sin caer en confrontaciones que perjudiquen su cooperación y soberanía.
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