Por David Guirado
Diciembre, en la Isla Tiburón, marca el comienzo de la temporada de cacería, donde cazadores de todos los rincones del mundo se adentran a jornadas intensas, ansiosos por enfrentarse al desafío de capturar al esquivo Borrego Cimarrón.
Fui testigo, mi presencia en la isla tenía un propósito: documentar esta cacería en video para una empresa de cacería y, de paso, recoger testimonios de los propios visitantes, del equipo y de los miembros de la tribu Comcáac.
Tengo que subrayar que tengo mis reservas con la cacería como deporte y difícilmente me vería a mi mismo cazando si no es por estricta necesidad, pero mi presencia o ausencia es indiferente para el curso de esa actividad que resultó ser todo un gremio y un mundo que desconocía.
Las jornadas comenzaban previo a la salida del sol, con el ritual del café -soluble para ahorrar tiempo- y el meticuloso proceso de empaque de burritos de huevo y otros snacks para el resto el día. No exagero al afirmar que en un mes comí más tortillas de harina que en los últimos tres años.
La duración de nuestras expediciones en la isla dependía de una combinación de factores, incluyendo la destreza de los cazadores y la suerte para encontrar un ejemplar que cumpliera con sus criterios en cuanto a tamaño y edad.
En el gremio de la cacería es motivo de vergüenza volver a casa con un ‘chupón’ que es como les llaman a los borregos jóvenes, que aún no han alcanzado su pleno potencial físico cuya cornamenta tiene un largo camino para crecer y desarrollarse por completo. Entre el equipo suelen llamarse unos a otros ‘chuponeros’ de cura.
Este es un punto interesante pues los cazadores eran muy conscientes de la importancia de respetar el ciclo natural de desarrollo de estos majestuosos animales. En el gremio de cazadores, presumir un borrego joven es considerado humillante, ya que indicaba que no habían logrado cazar un ejemplar maduro y experimentado y el prestigio y el respeto dentro de esta comunidad se miden en gran parte por el tamaño y la calidad de los trofeos obtenidos.
Esta mentalidad tenía un efecto positivo en la conservación de la especie. Los cazadores se esforzaban por cazar exclusivamente borregos adultos, evitando a toda costa la caza de hembras y machos jóvenes. Además de que el número de ejemplares está en constante monitoreo y en el retén militar de la Isla Tiburón, lo primero que le buscan a los visitantes son cornamentas o permisos.
El equipo de caza constaba de alrededor de 20 personas, incluyendo experimentados cazadores, porteros y cocineros. Cada uno tenía su función, desde organizar el equipo táctico, cargar armas, comida y agua, algunos incluso sabían de mecánica para realizar reparaciones improvisadas, pero en general la meta principal de todos era ayudar a buscar borregos.
Gran parte de los guías provenían de la etnia Comcáac y eran los que tenían mayor conocimiento de la isla y del comportamiento del borrego cimarrón.
Los Comcáac, también conocidos como Seris en Sonora, poseen un profundo conocimiento de la flora y fauna de la Isla. Además, son expertos pescadores, esa es su actividad económica primordial durante el verano. Este conocimiento heredado por generaciones no solo les permite sobrevivir en este entorno desafiante, sino también curar ciertos malestares con plantas locales. Su conexión con la naturaleza y su habilidad para conservar la isla como un refugio de biodiversidad son fundamentales.
Cuando el sol se alzaba en el horizonte a las primeras horas de la mañana daba inicio la fase de “lentear” que se podía extender durante todo el día. Esto consistía en ocultarse del campo visual del animal mientras se empleaban telescopios para detectar cualquier señal de movimiento. Las mañanas eran silenciosas, sin conversaciones ni ruidos, ya que cualquier sonido podía ahuyentar a los borregos salvajes quienes podían verte, olerte o escucharse incluso a kilómetros. La detección de estos animales no era tarea fácil para el ojo inexperto, se basaba en detectar el mínimo reflejo de luz que emitían sus cuernos al chocar con el sol.
En un principio, mi idea de esta actividad era parecida a la de un safari, un paseo en carro donde los animales desfilaban frente a ti, pero solo seguirle el paso a una manda de borregos era una tarea desafiante incluso considerando mis años de experiencia en alta montaña. Requería avanzar en completo sigilo en un territorio inhóspito, el área de la isla es más grande que Hermosillo, abriéndose paso por caminos inexistentes y escalando montañas sin explorar. A veces, se podía pasar hasta tres días caminando decenas de kilómetros antes de encontrar un borrego apto para la caza.
Cada cazador tenía sus motivaciones personales, pero el común denominador era haber comenzado la actividad desde una edad temprana, acompañados de sus padres. Para la mayoría esta era una actividad de padre e hijo. Además, la influencia de la cultura de Estados Unidos estaba presente, ya que este país es el epicentro de la caza deportiva y del uso de armas de fuego.
Dentro de este gremio, existe un complejo sistema de recompensas, torneos y certámenes que se otorgan por cazar a los animales más grandes de toda clase de especies por largo y ancho de la geografía mundial. Los premios llegan a ser tan generosos que hay gente que se puede dedicar y vivir de eso.
La caza del Borrego Cimarrón también tenía implicaciones económicas en la etnia Comcáac. Cada año, numerosos cazadores extranjeros provenientes principalmente de Estados Unidos, pagan grandes sumas de dinero, mínimo de 40,000 dólares solo por permiso, para cazar en territorio protegido por la guardia tradicional Comcáac. Dependiendo de la empresa de caza que organizara la logística, los costos podían alcanzar hasta los 90,000 dólares por un Borrego Cimarrón.
Estos ingresos son administrados por el gobernador Comcáac, quien es el encargado de otorgar los permisos, y otro porcentaje va para la empresa que organiza la caza, encargándose de aspectos como hospedaje, comida, transporte y papeleo para importar armas y municiones.
A pesar de las ganancias millonarias que genera esta actividad, su impacto en la Nación Comcáac, donde viven apenas unas 700 personas, es limitado. La opacidad en el manejo de los recursos provenientes de la caza del Borrego Cimarrón sigue generando divisiones dentro de la comunidad. Son muy comunes las revueltas al interior para pedir transparencia en el manejo de los recursos y las pasiones se desbordan especialmente durante la elección del nuevo gobernador ‘Seri’ cada tres años.
Mi tiempo en la Isla Tiburón fue una inmersión a un mundo que desconocía aún teniéndolo en casa. Fue una oportunidad para descubrir la majestuosidad de la isla, conocer más de la etnia Comcáac, y de explorar los rincones más inhóspitos de nuestro estado.
COMMENTS