SONORA STAR | Entre guerras y esperanza: Reflexiones para un fin de año que pide humanidad

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SONORA STAR | Entre guerras y esperanza: Reflexiones para un fin de año que pide humanidad

Por Luis Fernando Heras Portillo

Diciembre debería ser sinónimo de alegría, reflexión familiar y esperanza. Sin embargo, al cerrar 2025 el mundo se mira en un espejo incómodo: guerras abiertas como Ucrania–Rusia e Israel–Palestina, golpes de Estado y estallidos sociales, y una guerra silenciosa pero igualmente devastadora: el avance del crimen organizado transnacional.

Los datos son contundentes. 2023 fue uno de los años más violentos desde el fin de la Guerra Fría, con alrededor de 122,000 muertes en conflictos armados, principalmente en Ucrania y Gaza. El Índice de Paz Global 2024–2025 confirma un deterioro significativo de la paz, con 92 países involucrados en conflictos más allá de sus fronteras y más de 110 millones de personas desplazadas por la violencia. Estos datos, respaldados por organismos internacionales, permiten afirmar que vivimos una era de “guerras permanentes”, con costos humanos y económicos sin precedentes.

Lejos de la idea de una humanidad cada vez más civilizada, los indicadores muestran lo contrario. En 2023 se registraron 59 conflictos armados en 34 países, la cifra más alta desde 1946. El impacto económico global de la violencia alcanzó 19.1 billones de dólares, alrededor del 13.5 % del PIB mundial, recursos que compiten directamente con los destinados a combatir el cambio climático, la pobreza y las enfermedades.

En este contexto, la guerra entre Rusia y Ucrania entró en 2025 en su cuarto año como un conflicto de desgaste brutal. Rusia ha logrado avances territoriales mínimos —menos del 1 % adicional en el año— a costa de enormes pérdidas humanas, consolidando el control de cerca del 19 % del territorio ucraniano. Los frentes permanecen estancados, mientras se intensifica el uso de drones, artillería de precisión y tecnología militar avanzada. A esto se suma el debate internacional sobre propuestas de paz que implican concesiones territoriales y limitaciones a Ucrania, ampliamente criticadas por favorecer a Moscú.

Más allá del campo de batalla, esta guerra ha reordenado la economía global. El conflicto redujo el crecimiento mundial, disparó los precios de la energía y los alimentos y provocó choques inflacionarios que se han prolongado hasta 2025, debilitando la confianza en la seguridad colectiva europea y en el sistema internacional surgido tras 1945.

En Medio Oriente, el conflicto Israel–Palestina, concentrado en Gaza, atraviesa una situación frágil. Aunque desde octubre de 2025 existe un alto al fuego respaldado por mediadores internacionales, este dista de ser una paz real. Persisten operaciones militares, restricciones severas y muertes esporádicas. La ayuda humanitaria ha sido insuficiente frente a los compromisos anunciados, y el costo humano sigue siendo dramático: miles de niñas y niños hospitalizados por desnutrición, mujeres embarazadas en condiciones críticas y una infraestructura civil devastada.

Informes de la ONU y de organismos de derechos humanos describen patrones de ataques contra civiles y destrucción masiva, con acusaciones de posibles crímenes internacionales que siguen bajo análisis jurídico. A pesar del cese parcial de hostilidades, la reconstrucción, la movilidad y una gobernanza palestina aceptada siguen siendo tareas pendientes.

La importancia de la paz en estos conflictos va mucho más allá de un ideal abstracto. Las muertes en combate son solo la punta del iceberg frente a millones de desplazados, heridos y comunidades enteras traumatizadas. Además, el riesgo de escaladas mayores persiste: Ucrania involucra a una potencia nuclear y a la OTAN; Gaza se inserta en un entramado regional con actores como Irán y Hezbollah, en una de las regiones más volátiles del planeta.

Cuando las grandes potencias bloquean resoluciones o actúan al margen del derecho internacional, la credibilidad de las instituciones globales se erosiona. La paz en Ucrania y Palestina se convierte así en un laboratorio ético y político donde se define si el siglo XXI estará regido por la fuerza o por las reglas.

Aunque México no es actor directo en estos conflictos, sí resiente sus efectos. La guerra en Ucrania disparó los precios internacionales de energía y alimentos, impactando la inflación y el costo de vida. En respuesta, el gobierno mexicano ha tenido que reforzar controles de precios para proteger a los hogares más vulnerables. Una paz estable contribuiría a moderar estas presiones, estabilizar mercados y ofrecer un entorno más predecible para el desarrollo económico y el aprovechamiento del nearshoring.

En el plano diplomático, México mantiene relaciones económicas con Israel y, al mismo tiempo, ha fortalecido su respaldo a Palestina, combinando la doctrina de no intervención con el apoyo al derecho internacional y la protección de civiles. Para el país, la paz significa menor volatilidad económica y la posibilidad de desempeñar un papel creíble como promotor del multilateralismo.

A la par de las guerras entre Estados, existe otra forma de violencia que marca a millones de personas: el crimen organizado. América es la región con más conflictos no estatales, y México se mantiene entre los países más violentos por la confrontación entre organizaciones criminales y fuerzas de seguridad. El crimen transnacional mueve cientos de miles de millones de dólares al año y opera como un consorcio global que, en muchos casos, supera a los Estados en capacidad financiera y tecnológica.

Esto se traduce en territorios capturados por economías ilícitas, desconfianza en las instituciones y un debilitamiento de la democracia. En este contexto, la paz no puede reducirse a la ausencia de guerras entre países: requiere Estados capaces, sistemas de justicia funcionales y cooperación internacional real contra redes criminales globales.

Diciembre confronta la calidez de nuestros hogares con la crudeza de un mundo herido: familias desplazadas, niños desnutridos, soldados exhaustos y comunidades enteras atrapadas por la violencia. La paz en Ucrania y Palestina significaría un respiro inmediato para millones de personas y una oportunidad para que la comunidad internacional se concentre en el desarrollo, la transición energética y la reducción de la pobreza.

Pero también deja una lección fundamental: la paz no es solo tarea de gobiernos y diplomáticos. Es una cultura que se construye desde la familia, la escuela, la empresa, los medios de comunicación y la comunidad. En tiempos de incertidumbre global, cerrar el año con humanidad no es un gesto simbólico, sino una responsabilidad compartida.

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