Por Jesús Donaldo Guirado
Hay quienes creen que con la Cuarta Transformación se desvanecieron ciertos principios políticos que, para bien o para mal, parecían propios de los viejos tiempos. Uno de ellos es el famoso “se la deben”. Muchos pensaron que aquello quedó enterrado junto con las prácticas del PRI de antaño, relegado al cajón de los vicios pretéritos. Pero la realidad política mexicana, siempre tan ambivalente, demuestra que algunos principios -intrínsecos al ejercicio del poder- jamás desaparecen del todo; simplemente mutan, se adaptan, permean en nuevas estructuras.
En Sonora, el caso más evidente es el de Javier Lamarque Cano, actual alcalde de Ciudad Obregón, a quien -digámoslo sin rodeos- se la deben. Y no solo por disciplina partidista o mero proselitismo político; se trata de una especie de reconocimiento toral al hombre que estuvo desde los cimientos del movimiento que hoy gobierna México. La propia presidenta Claudia Sheinbaum lo ha expresado públicamente, sin ambages ni ambivalencias.
Sheinbaum recordó que, cuando Morena apenas aglutinaba a unos cuantos idealistas en salones modestos de la Roma, Lamarque siempre estaba ahí. “Ha sido un compañero de lucha que viene del movimiento cuando antes eran muy poquitos con el presidente Andrés Manuel López Obrador”, dijo. Y remató: “Cuando se funda Morena, nos reuníamos en un salón en la Colonia Roma; Javier siempre estuvo allí”.
Una manera elegante -y también muy política- de dejar claro que hay deudas que no se pueden soslayar.
El principio, entonces, es claro: le toca a Lamarque. No por capricho, no por mero reparto discrecional de candidaturas, sino porque la política también se rige por códigos no escritos, donde la lealtad acumulada se convierte en un activo que tarde o temprano se cobra. Es, en cierto modo, una lógica que raya entre la justicia interna y la conveniencia estratégica.
Ahora bien, si los astros decidieran no alinearse a su favor -y la política es experta en trastocar cualquier plan- la figura natural sería Heriberto Aguilar. Un senador que, guste o no, ha estado al pie del cañón, firme e imperturbable, en la defensa del proyecto transformador, particularmente en su versión sonorense. Su trayectoria, aunque menos ruidosa, también posee un peso que no es fácil de minimizar. Sería, quizá, el plan B más orgánico dentro de la grey política morenista.
Lo interesante de esta coyuntura es que Morena, pese a su discurso de ruptura histórica, opera bajo una mezcla de racionalidad pragmática y memoria afectiva. Es decir, aunque se presume una nueva forma de hacer política, la estructura endógena del movimiento sigue premiando a quienes han demostrado lealtad en los momentos más áridos, cuando el proyecto todavía era una caterva de soñadores más que una maquinaria electoral imponente. No es un pecado; es la naturaleza humana aplicada a la vida pública. Pero también plantea una interrogante insoslayable: ¿hasta qué punto estas decisiones responden al mérito político y hasta qué punto reproducen una versión modernizada de la vieja lógica del “se la deben”? En la respuesta a esa pregunta se juega no solo la candidatura, sino la coherencia futura del propio movimiento.
La deuda pendiente: el rey sin corona en Etchojoa

Joel González.- Rey sin corona
Si descendemos al terreno municipal —donde la política se vive sin filtros y con una crudeza casi inexorable— el primer caso emblemático aparece en Etchojoa, con el llamado “rey sin corona”: Joel González. Regidor hoy, pero sobre todo eterno contendiente, personaje recurrente en la vida pública del sur de Sonora y obsesionado, quizá con razón, con romper una secuencia que muchos consideran maldita.
Joel Mario González Ibarra no es un recién llegado ni un improvisado. Es un luchador político identificado con la izquierda obradorista, con trayectoria conspicua en la región. Su primera aparición en las boletas fue en 2009, y después en 2012. En ambas ocasiones enfrentó -con resultados tan cerrados que aún huelen a pólvora electoral- a lo que hoy conocemos como el PRIAN. Perdió, sí, pero por tan poco que hasta hoy persiste el murmullo de fraude. Y en política, los murmullos no mueren: se convierten en corrillos, en certezas compartidas, en heridas que se vuelven argumento.
En 2015 volvió a intentarlo. Casi 5 mil votos respaldaron su nombre, pero fue Ubaldo Ibarra Lugo, abanderado del PRI, quien terminó imponiéndose. El equipo de Joel juró que aquella derrota también se la asestaron a la mala.
Sin descanso, en 2018 regresó, esta vez bajo la bandera de Morena. Y ahí puso a prueba a la maquinaria panista que todavía tenía el músculo del padrecismo. El ganador fue Carlos Rochín, empresario de Bacobampo, pero algo cambió: el voto de Joel se duplicó. Casi 11 mil sufragios. Una base electoral que ya no podía soslayarse, una grey política leal, persistente, asaz confiable.
Llegó 2021 y el mapa político del país ya era otro. Morena arrasaba, y uno podría suponer que, al fin, el viento soplaría a favor del profesor. Pero la política tiene un talento especial para enredar destinos. No solo le negaron la candidatura guinda a la Presidencia Municipal; según versiones locales -esas que vuelan por los pasillos como aves de mal agüero- también le arrebataron el triunfo.
El candidato de Morena entonces fue Jesús Tadeo Mendívil. Joel terminó refugiado en el PT de Ramón Flores, que lo cobijó y lo lanzó de nuevo a la arena. Y ahí, contra todo pronóstico, obtuvo casi 12 mil votos, convirtiéndose en uno de los aspirantes petistas más votados de todo el estado. Una demostración irrefutable de que su proyecto político no era una ilusión, sino una fuerza real.
Esa fue su última gran batalla electoral. La que le confirmó que podía ganar. Que había construido una estructura leal, disciplinada, resistente. Por eso decidió pausar en 2024; no por cansancio, sino por estrategia. Apostó por formar alianzas con Arturo Robles Higuera, hoy alcalde, lo que le permitió llegar como regidor y mantenerse en la escena, trabajando a ras de suelo, casa por casa, como si fuera un merolico de convicciones, pero con una disciplina imperturbable.
Hoy, con esa base acumulada, con ese historial de cicatrices políticas, Joel siente -y no sin argumentos- que puede ser el candidato de la izquierda para 2027. Que su turno está cerca. Que la maldición está por romperse. Que esta vez, quizá, se la deben.
En Etchojoa, Joel González encarna esa deuda largamente acumulada: años de lucha, derrotas amargas, victorias morales y una base leal que no ha claudicado. Si alguien pudiera reclamar que se la deben, es él. Y esa fuerza simbólica -esa mezcla de persistencia e injusticias pretéritas- podría convertirse en su carta más poderosa rumbo al 2027.
Rumbo claro: el tablero político en Navojoa y Álamos
En Navojoa y Álamos, a diferencia de otros municipios donde la política parece un vórtice interminable de disputas y suspicacias, el panorama es mucho más fácil de descifrar. En Navojoa, la decisión recae -ndubitablemente- en Jorge Elías. Si el alcalde opta por buscar la reelección (de ser posible), no habrá mayor resistencia. Su posición, su estructura y la confianza que ha generado le dan un camino prácticamente despejado.
Y si decidiera no continuar, la alternativa natural sería brincar a una diputación, donde también tendría el paso libre. En ambos escenarios, Jorge Elías se encuentra en una posición toral: él decidirá qué ruta es más conveniente para la sociedad navojoense y para su propio proyecto político. En política pocas veces se tiene ese beneplácito; él lo tiene ahora.
En Álamos, la situación es aún más clara. La reelección del presidente municipal Samuel Borbón Lara es casi un hecho consumado. Su administración ha avanzado con pulcritud y rumbo, sin los sobresaltos que suelen inflamar la vida pública en otras comarcas del sur. Ha logrado mantener la gobernanza en un estado de equilibrio poco común —verbigracia, en tiempos donde la crispación política suele ser la norma— y eso le da una ventaja insoslayable.
Si todo continúa como hasta ahora, Samuel Borbón tendrá también el camino libre para repetir en 2027. Y no por artificio ni por inercia, sino por resultados perceptibles, por una conducción municipal que, aunque discreta, ha sido eficaz.
Al final del día, todo este recorrido por Etchojoa, Navojoa y Álamos nos regresa al principio fundamental que ha marcado esta columna: en política, siempre hay alguien a quien se la deben. A veces por lealtad, a veces por sobrevivencia, a veces simplemente por memoria histórica. Nada se olvida. Nada queda realmente saldado.
En pocas palabras, y como conclusión, en Navojoa y Álamos, las deudas son distintas, pero existen. En el caso de Jorge Elías, el partido le reconoce conducción y resultados; a Samuel Borbón, estabilidad y rumbo. No se trata de compromisos espurios, sino de un tipo de beneplácito político que también forma parte del juego: cuando alguien responde, cuando alguien cumple, el sistema —por más renovado que se presuma— se lo retribuye.
Y así, aunque Morena intente distanciarse de los viejos hábitos, la realidad es que en toda estructura política las lealtades cuestan, pesan y se pagan. La 4T no ha abolido el “se las deben”; solo lo ha reconfigurado.
Hoy sigue operando, de manera silenciosa pero inexorable, como un mecanismo natural de retribución interna.
Porque en política, como en la vida, las cuentas siempre regresan. Y para bien o para mal, el 2027 será el año en que muchos descubrirán si, esta vez, por fin les toca… o si seguirán esperando a que se la paguen.
Y allí, justamente, es donde empieza la próxima gran historia rumbo al 2027.



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