El reciente sorteo de la Copa Mundial de la FIFA 2026 no sólo confirmó la dimensión histórica del evento deportivo más grande jamás organizado en Norteamérica. También dejó ver, entre pasillos y fotos oficiales, una escena que en otro contexto sería impensable: la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum y el presidente estadounidense Donald Trump compartiendo espacio, agenda y mensaje. No fue un simple gesto protocolario; fue la confirmación de que la geopolítica continental atraviesa un momento de reacomodo profundo.
En medio de tensiones globales, disputas comerciales y un clima internacional adverso para el libre comercio, México ha logrado en los últimos meses un trato diferenciado por parte de Washington. La colaboración estrecha en materia de seguridad —y particularmente en el control fronterizo y combate al tráfico de fentanilo— ha permitido una renegociación política del discurso antiaranceles que Trump ha utilizado con dureza frente a otras naciones. En pocas palabras: México se ha convertido en un socio al que conviene no golpear, sino coordinar.
El sorteo mundialista funcionó entonces como un espacio simbólico donde esa nueva narrativa tomó forma. La imagen de los tres países anfitriones —México, Estados Unidos y Canadá— caminando hacia 2026 no sólo vende estabilidad, también proyecta algo más ambicioso: una visión regional donde Norteamérica actúa no como vecinos con intereses aislados, sino como un bloque político y económico que compite en conjunto frente a Asia y Europa.
Y es que el Mundial, más que un evento deportivo, será una vitrina de integración a plena luz del mundo. La infraestructura compartida, la movilidad regional, los acuerdos logísticos y el crecimiento económico sincronizado son apenas los efectos visibles. Detrás, lo que se está gestando es una narrativa de corresponsabilidad continental: seguridad alineada, política industrial complementaria, cadena de suministros integrada y una diplomacia que empieza a hablar en plural.
En ese contexto, el encuentro entre Sheinbaum y Trump no fue fortuito ni superficial. Representa la nueva realidad: México es indispensable para mantener estable a Estados Unidos, y Estados Unidos es indispensable para que México aproveche el momento estratégico del nearshoring, el T-MEC y la reconfiguración global. La Copa del Mundo 2026, lejos de ser sólo la fiesta del futbol, será el escaparate donde se pondrá a prueba si Norteamérica puede comportarse, por primera vez, como lo que siempre prometió ser: un solo bloque competitivo en un mundo cada vez más fragmentado.



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