EDITORIAL | De los Pasteles a los Códices: la revancha de la historia

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EDITORIAL | De los Pasteles a los Códices: la revancha de la historia

Por siglos, la relación entre México y Francia ha sido un espejo de los excesos del poder y de la dignidad recuperada. Lo que hoy Claudia Sheinbaum celebra como “una nueva etapa” con la visita de Emmanuel Macron no es un gesto menor: es un episodio que intenta reconciliar una historia marcada por la arrogancia imperial, la imposición cultural y los fantasmas de la soberanía ultrajada.

Porque no hay que olvidarlo: entre México y Francia hubo cañones antes que acuerdos, invasiones antes que diálogos. En 1838, la llamada Guerra de los Pasteles estalló porque un pastelero exigió una indemnización que acabó en bombardeos sobre Veracruz. Aquella frivolidad con pólvora fue el primer recordatorio de que Europa aún miraba a América Latina como un territorio que debía pagar sus cuentas arrodillado.

Tres décadas después, Napoleón III quiso ir más lejos y colocó en el trono mexicano a un emperador importado: Maximiliano de Habsburgo. Fue la fantasía francesa de civilizar lo que ya tenía historia, lengua y dignidad. La respuesta de Juárez fue tajante: soberanía o muerte. Y así, México fusiló no solo a un emperador, sino a la pretensión de ser dominado otra vez por la vanidad europea.

Pero la historia volvió a tensarse en tiempos más recientes, cuando el caso Florence Cassez reabrió viejas heridas diplomáticas. Francia hablaba de derechos humanos, México de soberanía judicial. Ambos países miraban la justicia con distintos lentes, y el diálogo se transformó en desencuentro.

Hoy, más de una década después, la escena es otra: Emmanuel Macron estrecha la mano de una presidenta mexicana electa democráticamente, científica, progresista y latinoamericana. Lo hace no desde el pedestal colonial, sino desde la horizontalidad política. Sin embargo, la diplomacia tiene su propia memoria: lo que ayer fue imposición, hoy se viste de cooperación; lo que antes era tutela, ahora se disfraza de alianza.

Sí, hay acuerdos en ciencia, cultura, medio ambiente y derechos humanos. Pero la verdadera lectura no está en los tratados ni en las fotografías de protocolo, sino en el gesto simbólico del intercambio de códices. Francia devuelve temporalmente una parte de la historia que alguna vez se llevó como trofeo. México la recibe no como súbdito, sino como igual. Los códices viajan como embajadores de una reconciliación que no borra el pasado, sino que lo enfrenta.

De la guerra por pasteles al intercambio de manuscritos sagrados: dos siglos después, la historia cambia de aroma. Donde antes olía a pólvora, hoy huele a tinta y papel antiguo. Pero la pregunta persiste: ¿estamos ante una relación renovada o ante un nuevo capítulo del mismo guión, solo con un tono más diplomático?

Sheinbaum habla de entendimiento mutuo y respeto. Ojalá así sea. Porque entre el pasado de invasiones y el presente de cooperación hay un espacio muy delgado donde suele esconderse la hipocresía de las potencias. Y México, más de una vez, ha pagado caro por confundir el aplauso con la soberanía.

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