Por Jesús Donaldo Guirado
De manera contundente, y con una vehemencia poco usual en los tiempos de la ambigüedad política, el dirigente estatal del PAN, Gildardo Real, fincó su postura: no habrá alianza con el PRI de cara a los comicios de 2027. Lo hizo en el videopodcast El Mundo Cambió, en conversación con el periodista Luis Alberto Medina, donde con voz firme y ademán contenido, sentenció: “No va a haber alianzas y no vamos a platicar de alianzas.”
Con tal aseveración, Real no sólo clausura una posibilidad electoral, sino que permeará el escenario político sonorense con un aire de independencia que, sin embargo, podría tornarse ilusorio. Pues aunque el discurso parece imperturbable, la realidad política suele ser más sinuosa, y las convicciones, más maleables.
El Partido Acción Nacional, otrora referente de oposición férrea y discurso moralista, parece ahora navegar en un vórtice de redefinición. Al proclamar que el único candidato viable a la gubernatura es Antonio Astiazarán, actual alcalde de Hermosillo, el panismo no sólo deposita su esperanza en un liderazgo local, sino que tácitamente admite su dependencia simbiótica de un proyecto más amplio: el del Partido Sonorense.
Porque el Toño, si bien oriundo de la cantera azul, ha sabido exudar una identidad híbrida, una suerte de pragmatismo político que le permite amoldarse a las corrientes locales sin despojarse del todo de su herencia partidista. Es, por así decirlo, un político ceñido a la coyuntura, pero con la astucia de quien sabe navegar entre los vaivenes de la popularidad.
No deja de ser paradójico que el PAN, en su pretensión de diferenciarse, termine actuando como un satélite del “Sonorense”. El mismo Real, al cerrar la puerta a cualquier coalición, parece abrir otra —más discreta, pero no menos evidente— hacia un vasallaje político que coloca al panismo como un actor secundario dentro de su propio guión.
La pregunta que flota, inevitable, es si esta postura es un acto de pulcritud ideológica o una estrategia de supervivencia. Porque en el tablero político actual, donde la inercia morenista sigue influyendo con fuerza casi hegemónica, la fragmentación opositora podría ser una forma de suicidio político, una suerte de vendetta interna disfrazada de dignidad.
Mientras tanto, en la capital sonorense se vislumbra una contienda interna que el propio Real describe como “competitiva”, con perfiles que van desde Alejandro López Caballero hasta Juan Pablo Arenívar, alias El Wasapraka. Una especie de corcholata azul, al estilo morenista, que confirma que los partidos —en su porfía por sobrevivir— terminan mimetizándose con aquello que dicen adversar.
Si el futuro político del PAN se dirime en los corredores del poder hermosillense, será menester observar no sólo quién porta la estafeta, sino qué proyecto real representa. Porque, a estas alturas, lo verdaderamente incontrovertible es que el “Sonorense” se ha convertido en más que un partido: es ya una inercia endógena, un consorcio político que aglutina a toda una grey política que se resiste a quedar en la penumbra.
Haciendo un análisis desapasionado, uno puede advertir que, en el escenario descrito por Gildardo Real, la realidad sería diametralmente opuesta a la narrativa de autonomía que el PAN intenta sostener. Porque si el Partido Sonorense termina siendo quien detente la decisión final sobre candidaturas y estrategias, entonces la correlación de fuerzas será inequívoca: el Sonorense fungirá como el partido dominante, y el PAN, irremediablemente, como su satélite político.
Este planteamiento deja abiertas múltiples incógnitas respecto a la negociación de los municipios de mayor peso electoral —Hermosillo, Cajeme, Nogales, Navojoa—, donde se dirimen las verdaderas cuotas de poder. El dirigente blanquiazul habla de “procesos competitivos” internos, pero el eufemismo resulta evidente: la última palabra la tendría el “Sonorense”, quien decidiría, con su discrecionalidad acostumbrada, qué figura opositora abanderará cada municipio.
El discurso de unidad que hoy pregona Acción Nacional suena tardío, casi supino en su candidez. La cohesión partidista debía haberse construido mucho antes de que Antonio Astiazarán —con su ya habitual pragmatismo— decidiera mirar hacia otros horizontes. La fragmentación interna del PAN, sumada a la diáspora del grupo padresista, hoy diluido entre las filas de Morena y los rescoldos del PRD, ha dejado al partido con un poder exiguo, incapaz de gravitar con peso propio dentro del nuevo movimiento político en gestación.
En este entramado, Movimiento Ciudadano aparece como un actor conspicuo y en ascenso. Su narrativa fresca, su distancia calculada respecto a las viejas estructuras y su capacidad de seducción mediática le otorgan una ventaja táctica. En una eventual alianza —aunque tácita o de facto—, el naranja podría inflamar las aspiraciones opositoras y convertirse en un pilar decisorio junto con el Sonorense, desplazando al PAN a un papel meramente ornamental.
La política sonorense, como toda arena de poder, se mueve entre corrillos, alianzas veladas y cálculos milimétricos. La aparente firmeza del panismo podría ser, en realidad, un intento de sopesar su valor de negociación antes de someterse, nuevamente, a la lógica de los acuerdos. Pero lo que resulta incontrovertible es que el reacomodo opositor no gira ya en torno al PAN, sino al Sonorense, que ha sabido fecundar un movimiento endógeno, moldeado a su imagen y semejanza.
El panorama que se avecina no es de coaliciones ideológicas, sino de consorcios pragmáticos, donde la lealtad se mide en votos y no en convicciones. Si el PAN no redefine pronto su identidad y su propósito, corre el riesgo de convertirse en una caterva dispersa, anclada en la nostalgia de lo que alguna vez fue y en la esperanza, acaso ingenua, de volver a ser relevante.
En política, como en la historia, los vacíos de poder nunca permanecen ociosos. Y en Sonora, el Sonorense parece dispuesto a llenarlos todos.

Entre la filantropía y la política: el pulso humanista de Navojoa
En medio de la vorágine política que suele absorber los reflectores, surgen gestos que, aunque revestidos de sencillez, exudan un significado más profundo. Tal es el caso de la Jornada de Salud Visual que se llevará a cabo en Navojoa los días 8 y 9 de noviembre, impulsada por el Club Rotario Hermosillo Pitic en colaboración con el Ayuntamiento encabezado por Jorge Alberto Elías Retes.
El anuncio, formulado con la mesura de los actos institucionales, trasciende lo meramente asistencial. Detrás de la entrega de mil consultas oftalmológicas y lentes gratuitos late una vocación cívica que, más allá de la beneficencia, revela la capacidad de articular esfuerzos entre la sociedad civil organizada y el poder público. No se trata, pues, de un evento anecdótico, sino de una sinergia virtuosa, de esas que rara vez se dan en una administración local y que terminan fecundando confianza ciudadana.
El alcalde Elías Retes, con un discurso ajeno a la grandilocuencia, agradeció a los rotarios su beneplácito altruista, recordando que esta labor ya tuvo eco el año pasado con resultados palpables entre los adultos mayores, especialmente aquejados por cataratas, glaucoma y otros padecimientos de la vista. El gesto no es menor: en un entorno donde la burocracia suele mostrarse inexorable, estos programas representan un respiro humanista, una forma tangible de saciar las necesidades más elementales de la población vulnerable.
Por su parte, Álvaro Bobadilla Icedo, presidente del Club Rotario Pitic, anunció la intervención de un equipo médico de 27 profesionales, respaldados por la fundación estadounidense Bosch, cuyos aportes técnicos y humanos dotan de fiabilidad y pulcritud operativa al proyecto. Los lentes —de calidad óptima y con adaptación personalizada— serán entregados de manera gratuita, y en caso de requerir cirugías, se prevé una calendarización posterior coordinada con la Dirección de Salud Municipal.
Este tipo de jornadas, aunque revestidas de filantropía, también tienen una lectura política insoslayable. En tiempos donde la desconfianza pública suele permear las instituciones, las alianzas con organismos como Rotary legitiman la acción gubernamental al demostrar que el poder puede, y debe, ser un vehículo de servicio. En palabras simples, son actos que restituyen la fe pública en la administración local, recordando que la política, en su acepción más noble, no es otra cosa que la gestión del bien común.
A la luz de este esfuerzo, puede decirse que Elías Retes ha comprendido una máxima elemental pero frecuentemente soslayada: la obra pública sin empatía carece de alma, y el programa social sin estructura carece de rumbo. De ahí que la conjunción entre el voluntariado y el municipio se erija como una práctica de gobernanza moderna, donde la sociedad civil y el Estado no se enfrentan, sino se complementan.
En tiempos donde abundan la estridencia y la polarización, Navojoa ofrece una postal distinta: la de un gobierno que, al menos por un momento, ha logrado que la filantropía y la administración pública confluyan en un mismo propósito. Una escena que, si bien discreta, tiene la virtud de recordarnos que el verdadero poder no está en la imposición, sino en la capacidad de servir con pulcritud y sentido humano.


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