Por Alan Castro Parra
No te puedes ir de donde nunca has estado, ni reclamar un lugar donde nunca te lo han dado. Esa frase, tan simple como cierta, encierra el dilema que hoy atraviesa el panismo sonorense frente a la figura de Antonio “Toño” Astiazarán. Porque, seamos claros: Toño no se puede ir del PAN porque nunca ha sido panista.
El Partido Acción Nacional podrá haberse beneficiado de su nombre y su trabajo, podrá haberlo postulado y presumido en campañas, pero su trayectoria política —de raíz y de convicción— nunca fue de membrete azul. Si algo ha caracterizado a Astiazarán es precisamente su perfil ciudadano, su independencia real, y su capacidad de construir capital político propio en medio de los vaivenes partidistas.
El PAN ha postulado a Toño no porque lo considere uno de los suyos, sino porque, en una larga lista de impresentables, él ha sido el único capaz de sostener la dignidad electoral del partido en Hermosillo. Y eso no es menor. Quien ha mantenido de pie al PAN, en la capital y en Sonora, durante todos estos años, ha sido Toño Astiazarán. No por ideología, sino por resultados, por narrativa y por cercanía con la gente.
Por eso resulta hasta cínico escuchar ahora a panistas de cepa reclamarle lealtad o insinuar que “se fue con Movimiento Ciudadano”. No. Si alguien le debe lealtad a alguien, es el PAN a Toño. Porque sin él, el partido seguiría arrastrando su marca entre el descrédito, la soberbia y el recuerdo de sus peores tiempos.
Toño Astiazarán ha sabido construir un liderazgo que trasciende la frontera de los partidos. Hoy su nombre no sólo resuena en Hermosillo, sino en toda la geografía política de Sonora, incluso más allá de las fronteras del estado. Y no es casualidad. Ha sabido combinar gestión con visión, resultados con discurso, y sobre todo, cercanía con independencia.
Más allá de las etiquetas, Toño ha edificado una marca personal: un estilo propio de gobernar, con sello y narrativa ciudadana. Ha entendido que los partidos son necesarios, pero no indispensables. Que la política moderna exige alianzas, pero no sometimiento.
En otras palabras, sabe que necesita de los partidos, pero también que no puede, ni debe, ser rehén de ellos.
Y ese es el punto que muchos no terminan de entender. El proyecto de la oposición en Hermosillo, y quizá en Sonora, debe girar en torno al liderazgo del Toño, no de los partidos. Los partidos ya probaron su ineficacia, su fragmentación y su desgaste. Hoy, si hay un rostro competitivo frente al oficialismo, si hay una figura con legitimidad ciudadana, si hay un nombre que une más que divide, ese nombre es el de Toño Astiazarán.
Por eso no sorprende que Movimiento Ciudadano y el PAN hoy se disputen su figura. Ambos saben que sin él, no hay proyecto, no hay posibilidad, no hay futuro político inmediato.
El vínculo entre Movimiento Ciudadano y Toño Astiazarán no es nuevo ni improvisado.
Hay historia, y también hay agradecimiento, sobre todo a partir del 2018, cuando muchos cuadros de MC en Sonora acompañaron su proyecto. Lo de estos días no es otra cosa que la confirmación de una relación que nunca se rompió, y que hoy podría transformarse en una alianza más sólida y coherente.
La reciente visita de Jorge Álvarez Máynez a Hermosillo dejó claro que los puentes están tendidos. Fue un evento con mensaje político: el escenario, las palabras, los gestos… y sí, la presencia en un evento oficial. ¿Fue un exceso darle la palabra? Tal vez. Pero tampoco hay que dramatizar. La política se trata de símbolos, y en ese contexto, el gesto fue más bien un recordatorio de que Toño tiene interlocución con todos y que su capital político no pertenece a nadie en exclusiva.
Por eso resultan ridículas las reacciones airadas de algunos panistas, esos mismos que callan cuando Acción Nacional abre las puertas de su casa a personajes con expedientes grises o acompañan sin pudor a Alejandro López Caballero en sus recorridos políticos. ¿Con qué autoridad moral reclaman? ¿En calidad de qué Padrés Elías, sí, el exgobernador con cuentas pendientes, se atreve a “destapar” candidatos y a dar línea? La doble moral del panismo sonorense está en su máximo esplendor: se escandalizan por un saludo con Máynez, pero aplauden las giras de Padrés.
Y del otro lado, los oficialistas no se quedan atrás. Critican la foto de Toño con Máynez, pero guardan silencio ante la cercanía entre Lamarque y la estructura morenista que usa el poder público para posicionar su candidatura a la gubernatura. La vara no sólo es corta: es torcida.
Más allá de los berrinches y las hipocresías, hay una verdad que ningún actor político puede ignorar: las alianzas opositoras serán inevitables. Quizá no de derecho, pero sí de hecho. De jure o de facto, la oposición tendrá que caminar junta si quiere ser competitiva frente a Morena en 2027.
El problema no es si habrá alianza, sino en torno a quién se articulará. Porque sin Toño Astiazarán, los partidos de oposición no tienen nada que hacer. Y no es exageración: es una constatación electoral. PAN, PRI y MC podrán tener estructuras, financiamiento y membretes, pero carecen de un liderazgo ciudadano, cercano y con resultados concretos.
Si quieren tener futuro, deben entender que el proyecto no puede girar en torno a los partidos, sino a una figura que represente lo que ellos ya no son: confianza. Y ahí es donde Toño puede ser el punto de encuentro.
Pero para que eso ocurra, los partidos tendrán que bajarle al ego, dejar de negociar tan rudo, y entender que una candidatura común no se construye a golpes de registro, sino con visión de Estado. Habrá que encontrar la fórmula jurídica que les permita converger sin devorarse, y al mismo tiempo, proyectar una oposición digna, moderna y efectiva. Porque de lo contrario, seguirán condenados a ser los mismos de siempre: partidos sin rumbo, sin liderazgo y sin candidato.
Por último, Toño Astiazarán ha llegado a un punto de madurez política que pocos alcanzan.
Ya no necesita demostrarse nada ni pelear por un membrete. Su fortaleza está en su independencia, en su narrativa y en su capacidad de construir confianza, más allá de los límites partidistas.
Quizá el gran reto que tiene hacia adelante no sea decidir con quién va, sino para qué va. Porque si algo le ha enseñado su propio recorrido, del PRI al PAN y ahora en medio del coqueteo naranja, es que las siglas cambian, pero los proyectos personales, cuando son serios, se sostienen por sí mismos.
Al final, los partidos pasan, pero los liderazgos permanecen. Y si algo ha dejado claro Toño Astiazarán es que, en la política sonorense, él ya trascendió las siglas. No se fue y no se va a ir del PAN, porque en realidad, nunca ha estado ahí.
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