Por Alan Castro Parra
En la saga cinematográfica La Purga, el gobierno decreta una noche al año en la que todo está permitido. El objetivo oficial es “purificar” la sociedad, pero el objetivo real es eliminar a quienes estorban al sistema. En Morena, no hay sirenas que anuncien el inicio, ni una fecha en el calendario… pero la Purga ya inició.
No se trata de hordas con máscaras, sino de expedientes filtrados, investigaciones oportunas y linchamientos mediáticos. La “purificación” política viene disfrazada de justicia, disciplina interna o moralidad pública, y sus víctimas suelen ser figuras que ayer eran intocables y hoy están políticamente muertas.
El primer eliminado es Adán Augusto López, el “hermano político” del ex presidente y operador estrella de la 4T. Hoy, arrastrando la sombra de un presunto vínculo con el crimen organizado. En la Purga, es como ese personaje confiado, creyendo que su cercanía al poder lo hace inmune. La moraleja: en este juego, nadie está blindado.
El segundo eliminado es Gerardo Fernández Noroña, autoproclamado rebelde, elocuente y combativo. Pero también experto en soberbia y “turismo legislativo” que lo aleja más del movimiento y del pueblo.
El tercer eliminado es Ricardo Monreal, maestro del equilibrio y de tender puentes, hasta que decidió tener sus vacaciones de lujo, mientras en México se predicaba la austeridad, lo pusieron en la mira. En la Purga de Morena, los viajes internacionales con copas de vino son como encender una bengala en la oscuridad: tarde o temprano, te encuentran.
Y el cuarto eliminado es Sergio Gutiérrez Luna, el Presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados, su caída fue por exceso de confianza y un manejo soberbio del caso “Dato protegido”. El desgaste político que ha tenido no solamente está afectando sus aspiraciones electorales, sino también la imagen del partido.
Lo curioso es que no son figuras menores. Estamos hablando de quienes han sido coordinadores de bancada en el Senado y en la Cámara de Diputados, además de presidentes de las mesas directivas. Son los protagonistas, los que aparecían en el póster, los que sabías que llegarían al final. Y sin embargo… fueron cortados en la sala de edición.
La Purga 4T tiene sus propias reglas: Regla uno: El que incomoda al proyecto, se va; Regla dos: El que incomoda a la narrativa, también se va; Regla tres: No hay regla tres. La arbitrariedad es parte del encanto.
En las películas, al amanecer la Purga termina y el país ficticio regresa a la “normalidad”. En Morena, el amanecer nunca llega. El proceso es permanente, selectivo y quirúrgico. Hoy caen unos, mañana otros, y todos saben que basta un paso en falso para escuchar mentalmente la sirena que anuncia su turno.
Quizá la gran diferencia entre la Purga de Hollywood y la Purga de Morena es que, en el cine, los sobrevivientes suelen aprender algo. Aquí, el mensaje es otro: la noche dura seis años y la luz no siempre viene con el cambio de sexenio. Porque en esta versión nacional, la Purga no limpia al sistema: lo acomoda.
En Sonora, dos años para sobrevivir… políticamente
Dicen que en política nadie muere de causas naturales. En Sonora, a dos años de las elecciones de 2027, el panteón político empieza a llenarse antes de tiempo y las tumbas llevan nombres que hace apenas unos meses sonaban para cargos importantes.
No es casualidad: hay un patrón, una estrategia y, sobre todo, un mensaje que se repite como mantra desde el poder: estás alineado… o estás fuera.
El primer funeral político lo protagonizó Diana Karina Barreras. Su carrera hacia la alcaldía de Hermosillo se desplomó con el caso “Dato protegido”, un expediente que más que un tropiezo legal parece una sentencia de exclusión. Nadie la bajó de la contienda en un mitin ni en una encuesta: sino en las redes sociales.
Luego vino un golpe que ni siquiera se fraguó en México: la retirada de visas a alcaldes morenistas como Óscar Castro en Puerto Peñasco y Juan Gim en Nogales. El mensaje es brutal: los hilos del poder también se mueven en consulados y embajadas. Es la geopolítica tocando la puerta de los municipios.
Mientras tanto, el matrimonio por conveniencia entre Morena y el PT en Sonora empieza a mostrar grietas. Ramón Flores, líder petista, ya tomó partido… y no precisamente por la autonomía de su partido. Se ha alineado con el gobernador, una jugada que lo protege en el presente, pero que también lo amarra para el futuro.
En esta política de bloques, la lealtad no es una virtud: es una póliza de seguro.
Y como toda historia de poder necesita su escarmiento, ahí está el caso de Célida López. Haber operado supuestamente en contra del gobernador en la elección judicial le costó caro, y la factura no sólo lleva su nombre. Es una advertencia para cualquiera que se crea lo suficientemente fuerte como para desafiar al centro del poder.
En el ajedrez de Sonora, los caballos rebeldes no duran mucho en el tablero.
Cada uno de estos episodios tiene su propio escenario, pero vistos en conjunto dibujan un mismo mapa: el de un partido que empieza a depurar a sus jugadores con la frialdad de un cirujano. No hay elecciones aún, pero sí hay diagnósticos, y a más de uno ya lo declararon clínicamente muerto, o bien, a sus aspiraciones política-electorales.
El 2027 será, oficialmente, el año de la elección. Pero extraoficialmente, el proceso ya comenzó. Y quienes no hayan entendido que en Sonora el poder se ejerce con una mezcla de disciplina militar y cálculo quirúrgico, descubrirán demasiado tarde que no se puede ganar un juego al que ni siquiera te invitaron.
COMMENTS