La historia de Irma Hernández Cruz, una maestra jubilada de 62 años que también trabajaba como taxista en Veracruz, ha sacudido con fuerza la conciencia pública. Su secuestro, humillación y posterior asesinato se han convertido en una evidencia brutal de la impunidad y el desamparo que imperan en vastas regiones de México, donde la extorsión no solo es común, sino sistemática, y el crimen organizado opera como una autoridad paralela.
El caso de Irma no es una excepción, es un síntoma. Un síntoma de un Estado que ha fracasado en lo más elemental: proteger la vida y la dignidad de sus ciudadanos. En un video difundido en redes sociales, Irma aparece rodeada por hombres encapuchados, obligada a pronunciar que “con la mafia veracruzana no se juega”. Días después, su cuerpo fue encontrado sin vida. La maestra había sido secuestrada el 18 de julio. La amenaza cumplida fue más creíble que cualquier promesa institucional.
La extorsión como crimen sistémico
En México, la extorsión es más que un delito: es una estructura de poder. Es la evidencia de que hay regiones donde el orden lo impone el miedo y no la ley, donde la ciudadanía no distingue entre una patrulla y una célula criminal. Los extorsionadores no solo operan con violencia, sino con impunidad, capitalizando la inacción o la colusión de las autoridades locales, estatales y federales.
Pagar “derecho de piso” ya no es una decisión basada en la lógica del intercambio: es, para muchos, la única forma de sobrevivir. Se ha normalizado un tributo que no es al Estado, sino a las mafias. Y quienes se niegan a pagar, o a someterse, enfrentan un destino cruel. Irma fue una de esas personas.
Un Estado que llega tarde, o no llega
Ante casos como el de Irma Hernández Cruz, la reacción oficial suele ser la misma: condenas públicas, promesas de justicia, declaraciones vagas sobre investigaciones en curso. A menudo, estas crisis terminan con la detención apresurada de unos cuantos “chivos expiatorios”, con el único objetivo de contener el escándalo. Pero no se toca el fondo del problema: la corrupción de las instituciones, la protección oficial a grupos criminales, la falta de profesionalismo y capacidad en las policías.
La presidenta Claudia Sheinbaum no es responsable directa de las condiciones que han permitido este deterioro institucional, pero ahora encabeza un gobierno que tiene la obligación de actuar con decisión. Hace apenas unas semanas, lanzó su estrategia nacional contra la extorsión. Sin embargo, como ella misma ha reconocido, este delito no ha disminuido. Casos como el de Irma ponen esa estrategia a prueba.
Más allá del discurso: cercanía con las víctimas
La ciudadanía no exige milagros, exige humanidad. No bastan los informes dominicales del gabinete de seguridad ni las cifras maquilladas. Lo que se necesita es una relación real entre el gobierno y las víctimas. Un liderazgo que no tema nombrar a Irma Hernández Cruz con todas sus letras, que se comprometa con su familia, que envíe un mensaje claro a los criminales: que la ley volverá a ser la norma.
Pero ese mensaje no ha llegado. Al contrario, declaraciones como la de Rocío Nahle, gobernadora electa de Veracruz, quien afirmó sin más que la maestra murió de un infarto, solo ahondan la indignación. ¿Y la causa de ese infarto? ¿Qué condiciones la provocaron? ¿Quién responde por esa brutalidad?
El reto de Sheinbaum y la oportunidad política
Sheinbaum tiene una oportunidad histórica: demostrar que el Estado puede recuperar el control, que puede ser más fuerte que las redes de complicidad entre policías, políticos y criminales. Para ello, necesitará mucho más que estrategias y cifras. Deberá romper con pactos tácitos, depurar cuerpos policiacos, y tener el valor de enfrentar intereses enquistados en todos los niveles de gobierno.
La presidenta no puede seguir siendo cuidadosa al grado de parecer indiferente. Debe asumir el liderazgo moral y político que exige el país. Porque si ella no nombra a Irma, si no recibe a las madres buscadoras, si no mira de frente a quienes sufren la violencia, entonces no estará a la altura de la promesa que representa.
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