Por Jesús Donaldo Guirado
En la aparente calma de la política municipal de Etchojoa, Sonora, se esconde una realidad tan cruda como silenciada: el verdadero poder no reside en la silla del presidente, sino en las manos calculadoras y severas del tesorero municipal, Alfredo Bustamante Núñez. Mientras muchos suponen que Etchojoa navega en aguas anárquicas, lo cierto es que hay un capitán al mando, aunque su timón no se mueve al ritmo de la ética ni del bien común, sino al compás de intereses personales y bolsillos cada vez más abultados.
El presidente municipal Arturo Robles Higuera, a quien alguna vez se creyó conductor de los destinos de su pueblo, ha terminado por convertirse en una figura decorativa, un personaje relegado a las sombras de su propio gobierno. Robles Higuera no gobierna: obedece. No ordena: acata. Es, en suma, un humillado en su propia casa. La administración pública, al parecer, se rige más por las órdenes que dicta el tesorero que por la voluntad democrática de los electores.
Bustamante Núñez ha tejido un entramado de control que roza la sofisticación perversa. Con pulcritud burocrática, maneja los hilos financieros del municipio como si de su hacienda personal se tratase. La caja municipal, que debería ser custodio de los intereses del pueblo, se ha convertido —según versiones bien informadas— en un festín para unos cuantos. El despilfarro no es un accidente, sino una estrategia: no se trata de mala administración, sino de codicia con método.
En esta obra de control financiero, no puede dejar de mencionarse a Plácido Castro, director de Egresos, quien lejos de representar un contrapeso, actúa como fiel escudero del tesorero. Con diligente sumisión, libera pagos y autoriza egresos que, a decir de diversas fuentes internas, carecen de justificación sólida, pero no de conveniencia personal. Se ha instaurado, pues, un sistema donde el dinero del pueblo ha dejado de estar en buenas manos para alojarse en “buenos bolsillos”.
Bustamante Núñez no es sólo un funcionario: es un truhán con corbata, un barbazán ilustrado que ha hecho del cargo público una empresa privada, y de la administración municipal, un campo fértil para su enriquecimiento. La ética ha sido suplantada por la ambición, y la transparencia por la opacidad institucional.
Etchojoa, municipio agrícola y noble, merece algo más que una administración de marionetas y mercaderes del erario. Merece servidores públicos, no saqueadores disfrazados de burócratas. La pregunta obligada es: ¿quién detendrá esta maquinaria de poder fáctico antes de que se consuma lo que queda del presupuesto y, peor aún, de la confianza ciudadana?
Como suele suceder en las historias donde el poder se ejerce sin rostro, el peligro no es sólo lo que se roba, sino lo que se normaliza: la impunidad, la resignación y el silencio.
Y en Etchojoa, lamentablemente, ese silencio empieza a doler más que cualquier cifra malversada
Pero quizá lo más alarmante de esta tragedia política no sea la desmedida ambición del tesorero ni la sumisión del alcalde, sino la pasividad cómplice de un cabildo que, salvo contadas y honrosas excepciones, parece haber olvidado su razón de ser. La mayoría de los regidores han optado por el cómodo papel de espectadores bien remunerados, sentados en sus curules como figuras decorativas que asienten sin cuestionar, que aprueban sin leer y que callan cuando más se necesita su voz. Lejos de ser contrapeso, se han convertido en comparsa. Son pocos los que alzan la voz, los que se atreven a señalar la podredumbre que carcome al municipio desde dentro. Y son esos pocos quienes merecen no sólo el reconocimiento, sino también el respaldo ciudadano.
Porque mientras la mayoría siga de adorno, la corrupción seguirá de protagonista. Y Etchojoa no necesita más adornos: necesita regidores con dignidad, con agallas y con la claridad moral para defender al pueblo, no para entregarlo.
Para el tesorero, manipular los hilos del alcalde como si de una marioneta se tratara le ha resultado sencillo; sin embargo, frente al ISAF —ese ente incómodo que no se deja seducir por sonrisas ni conveniencias—, la partitura es otra. Ahí, las cuentas no se maquillan con discursos, y las observaciones no se archivan con palmadas en la espalda. Aguas con los hallazgos ya formulados, porque lo que hasta ahora ha sido teatro de sombras podría tornarse en escenario de consecuencias. Pero ese capítulo, de ribetes más técnicos pero no menos escandalosos, lo abordaremos en otra entrega. Por ahora, que cada quien saque su ábaco… y su conciencia.
De la omisión a la acción: el contraste entre Etchojoa y Álamos
Mientras en Etchojoa los días transcurren entre la inercia administrativa y el desgobierno disfrazado de rutina, los siniestros viales se multiplican como consecuencia directa de la negligencia institucional. La falta de personal de tránsito debidamente capacitado, aunada a la escasa —o nula— educación vial promovida por la autoridad municipal, ha generado un caldo de cultivo perfecto para la tragedia. Las calles, otrora transitables, se han convertido en escenarios de caos donde reina la improvisación y donde la vida humana parece haber sido relegada a un segundo plano.
No es casualidad que los accidentes se hayan vuelto una constante. Es, más bien, el resultado previsible de un gobierno que, lejos de anticipar, reacciona —y muchas veces, ni eso. La seguridad vial, que debería ser un pilar elemental de cualquier administración seria, ha sido desestimada con una ligereza que raya en lo criminal. Etchojoa no sólo carece de estrategia: carece de voluntad.
Contrasta, y con fuerza, el caso de Álamos, donde el joven alcalde Samuel Borbón ha demostrado que, cuando se gobierna con visión y compromiso, incluso los desafíos más complejos pueden ser abordados con sensatez. Con una sinergia bien orquestada entre las instancias policiacas y el aparato municipal, ha puesto en marcha campañas de prevención enfocadas en motociclistas, un grupo históricamente vulnerable y muchas veces ignorado por las políticas públicas.
El operativo “¡Tu vida vale más que la prisa!” no es sólo un eslogan atractivo, sino una muestra palpable de gobernanza efectiva. Más allá de sancionar, busca educar. Más allá de controlar, pretende proteger. Con acciones firmes como el servicio comunitario para quienes desacaten las normas, el mensaje es claro: en Álamos, la seguridad no es negociable.
Este clima de orden y proactividad viene como anillo al dedo al próximo “1er Festival Gastronómico Álamos 2025”, que tendrá lugar los días 28 y 29 de junio. El evento, inédito en su tipo, no sólo celebra la riqueza culinaria de la región, sino que también proyecta una imagen renovada y vibrante del municipio. Talleres, invitados especiales, música en vivo y degustaciones serán el telón de fondo de una verdadera fiesta cultural que, sin duda, dejará una importante derrama económica y posicionará a la Ciudad de los Portales como un destino de referencia en el noroeste mexicano.
Borbón ha sabido capitalizar la vocación turística de su municipio sin sacrificar el orden público. Ha comprendido que gobernar es también saber armonizar la tradición con la modernidad, la cultura con el desarrollo, la promoción con la prevención. Su administración representa un paradigma alterno al del clientelismo y la opacidad: uno donde el bienestar colectivo tiene precedencia sobre las agendas personales.
Etchojoa haría bien en mirar hacia Álamos, no con envidia, sino con humildad. Porque lo que allá se está construyendo —con esfuerzo, constancia y visión— es justamente lo que aquí parece haberse extraviado: un gobierno que se debe a su gente y no a sus propios intereses. Y ese, aunque parezca lejano, no es un ideal imposible. Es simplemente cuestión de liderazgo… y de principios.
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