Por Luis Fernando Heras Portillo
El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, afirmó con su característico optimismo que el país “va bien, va muy bien” cuando se le preguntó sobre la posibilidad de que las elecciones pudieran cancelarse en algunos estados de la República. Según el mandatario, el ambiente electoral fortalecerá la participación ciudadana y la democracia. Sin embargo, la realidad en el terreno es preocupante, con incidentes graves que no dejan de inquietar a la ciudadanía.
Uno de los casos más alarmantes es el de Teresa Reyes Loza, quien renunció a su candidatura a la presidencia municipal de Santo Tomás de los Plátanos, Estado de México, bajo la coalición “Sigamos Haciendo Historia”. Lo hizo diez días después del secuestro de su suegro, un acto aparentemente destinado a obligarla a dimitir. En su carta de renuncia, Reyes Loza mencionó “motivos personales”, una razón oficial que apenas disfraza la grave situación de violencia e intimidación que afecta a los candidatos, incluso aquellos pertenecientes al partido oficial, Morena, que supuestamente debería proporcionarles protección.
Este incidente es un ejemplo de cómo la violencia y la coerción están corrompiendo el ambiente electoral. El secuestro y la amenaza directa a los candidatos no solo ponen en riesgo su integridad, sino que también socavan la confianza de los ciudadanos en el proceso democrático. En un entorno donde se impone la disyuntiva de “plata o plomo”, muchos candidatos se ven obligados a aceptar sobornos o enfrentar amenazas de violencia, lo que inevitablemente contamina la campaña electoral.
La realidad es que el sistema político está siendo puesto de cabeza, no solo por la violencia, sino también por la corrupción. Un ejemplo claro es el reciente caso de Samuel García, gobernador de Nuevo León, quien se encuentra bajo escrutinio después de que un periódico nacional revelara que había recibido un terreno de alto valor de una empresa importante. Este tipo de revelaciones, con detalles financieros escandalosos, profundizan la desconfianza hacia los políticos y las instituciones.
La indignación y el temor no se limitan a los candidatos y políticos. Los ciudadanos también están profundamente preocupados por la seguridad y el futuro del país. Recientemente, en Puerto Peñasco, Sonora, se encontraron los cuerpos sin vida de dos niños, Emily de nueve años y Dominique de tres, junto a su madre. En otro incidente desgarrador en Paraíso, Tabasco, un niño de 11 años, Emiliano, fue asesinado al intentar proteger a su madre de un secuestro. Estos casos ilustran el nivel de inseguridad que afecta incluso a los más inocentes, generando un ambiente de desesperación y rabia en la sociedad.
En este contexto, es difícil aceptar las declaraciones optimistas del presidente López Obrador. Si bien es comprensible que un líder político quiera mostrar confianza y determinación, también es fundamental reconocer y abordar los problemas reales que enfrentan el país y sus ciudadanos. La inseguridad, la corrupción y la violencia electoral son desafíos que no pueden ser ignorados ni minimizados con frases optimistas.
Además, la politización extrema del entorno electoral está exacerbando las tensiones. El presidente ha jugado un papel activo en el proceso electoral, casi como un coordinador de campañas, lo que ha generado críticas y sospechas sobre la imparcialidad de las elecciones. La percepción de que el oficialismo podría estar utilizando su influencia para manipular el resultado electoral debilita aún más la confianza en el sistema democrático.
La situación se complica aún más con la incorporación de ex miembros de otros partidos en Morena, lo que ha causado descontento entre los militantes originales. Este fenómeno es evidente en lugares como Hermosillo, donde María Dolores del Río, una exalcaldesa del PAN y ex miembro de Movimiento Ciudadano, ahora es candidata de Morena. Este tipo de movimientos generan tensiones internas y dificultan la cohesión del partido, ya que muchos militantes sienten que su trabajo y lealtad no están siendo reconocidos.
En medio de esta compleja realidad, las redes sociales reflejan la creciente polarización y el descontento. Los mensajes de políticos y ciudadanos muestran un ambiente cada vez más hostil y crítico. Por ejemplo, Lily Téllez, una figura política conocida por su dureza, atacó a su contrincante Heriberto Aguilar, candidato al Senado por Morena en Sonora, acusándolo de actividades inapropiadas y conducta inmoral.
En conclusión, aunque el presidente López Obrador asegure que “vamos bien”, la realidad en México es preocupante. La violencia, la corrupción y la politización extrema están contaminando el entorno electoral, creando un clima de inseguridad y desconfianza que afecta tanto a candidatos como a ciudadanos. Es crucial que se tomen medidas concretas para abordar estos problemas y garantizar que el proceso electoral sea justo, seguro y transparente. Solo así se podrá fortalecer verdaderamente la democracia y restaurar la confianza de la ciudadanía en sus instituciones.
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